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Crónica N° 08 | Los canallas del Perú

Alan, Ollanta, Alejandro, Castañeda, Del castillo, Fujimori y muchos otros…

Asegúrese usted de que existen en la policía, en los ministerios, en los hospitales, en los colegios, en las universidades, en el congreso, etc. de todos los colores y para todos los gustos. Los canallas del Perú  son legión: Producto de una consanguinidad entre dos mundos que deberían mostrarse herméticos: Aquello de la política y el de las grandes fortunas. Pero ahí, para los segundos, conviene halagar a aquellos que tienen el poder, hacerles algunos regalos, darles algunas ventajas. Cuando se tiene dinero, puede comprarse todo, incluyendo (al parecer muy fácilmente) a un representante.

Los canallas del Perú son los políticos profesionales que tienen muy curtido su cuero en los bancos congresales, en algunas asambleas locales, en muchos ministerios y que por lo tanto se han acostumbrado a ser servidos, conducidos, alimentados, alojados, cuidado en exceso a la vista y en todo el confort debido a la alta opinión que tienen de sí mismos. Lo más alarmante es que lo ven tan normal de vivir mucho más por encima de los mortales, de tener derecho a los espacios reservados en el teatro o para aparcar, de beneficiarse de una escolta y de mastines peludos para protegerlos.
Los canallas del Perú se creen estrellas, vedette; ciertamente, pero fugaces. Aquellos duran, se incrustan, pasan toda una vida a mentir (los concursantes para el premio al mejor mentiroso son muchos: Alan García, Toledo, Castañeda, etc.), a engañar, hacer trampas, a llenarse los bolsillos. Siempre hay una posición alternativa para estos pícaros en caso de malentendido electoral, de ingratitud o de error de apreciación de los votantes. Uno será embajador, el otro director de un instituto, rector de una universidad cualquiera, el otro será aun, miembro del Consejo Constitucional o la cabeza de un grupo de expertos.

Para los canallas del Perú, el servicio del Estado es un pozo sin fondo. Ellos extraerán toda su existencia lo suficiente para vivir generosamente pegados de la sociedad. Si nuestros aprovechadores  están un poco sin dinero, -Esto sucede con el mejor de ellos, ya que tienen una necesidad desesperada de dinero en efectivo, irán hacer algunas conferencias en los países dudosos por sumas extravagantes (Alan y Toledo son los expertos en esto). Hay que reconocerles ese merito: ellos nunca vienen a molestarnos en los mercados ni en los supermercados.

Los canallas del Perú tienen tarjetas de vista inmensas como invitaciones. Es la democracia que ellos han enterrado por su comportamiento, los hábitos, la altivez adquirida, el desprecio por los pobres desgraciados que somos. ¡Les debemos respeto, la prioridad, la comodidad, la riqueza financiera, la inmunidad e incluso el reconocimiento ya que ellos se sacrificaron por nosotros! De su parte, curiosamente, ellos no nos deben nada, mientras que somos nosotros los que los hemos mantenido todo el tiempo.

Los canallas del Perú votan o hacen cumplir las leyes que ellos han diseñado practicando alguna pequeñas intersticios para colarse, ellos y sus maniobras: algunos párrafos prudentes para escapar, si es necesario, a la justicia. Incluso el comercio, con la venta de sus consejos a los también mafiosos como ellos.

Los canallas del Perú tienen todas unas insignias curiosas en sus reversos de sus chaquetas. Una roseta, señal de reconocimiento de los hombres del entorno. No en este entorno, sino más bien del entorno de la mafia política: una que evoluciona al más alto del Estado. Esto es para llorar de risa solo por pensar que estas personas despreciables se condecoran uno al otro reclamándose el Honor, lo que justamente se convierte en su peor defecto.

Los canallas del Perú se mantienen unidos. Ellos están unidos, se defienden con la venia de los encargados de la justicia cuando se les tilda de estafadores. No dudan en llamar a la legión de medios de comunicación muy bien acomodados a sus intereses para defenderse. Luego pasa el tiempo, la justicia se ahoga en el procedimiento y las devoluciones de los expedientes, y el caso termina por ser olvidado. Así que saltan como niños que dicen: "¡La presunción de inocencia!" para ocultar su lado oscuro y sus almas negras.

Los canallas del Perú son los mejores elementos de estos pequeños grupúsculos en fabricar ambiciosos y a desviar el dinero. Ellos llaman a estos antros de la mafia de cuello blanco: un partido político. Unidad nacional, Solidaridad, el APRA, Tierra y Libertad, Fuerza Popular, etc. son todos iguales en el fondo. Estos partidos se enfrentan entre ellos solo para seguir avanzando en la jerarquía o llegar al congreso o al ejecutivo para que comience la fiesta. Tenemos como resultado: los mejores son en todos los aspectos los más ejemplares de estos productos vergonzosos.
Los canallas del Perú todavía tienen para rato delante de ellos mientras que los ciudadanos no deciden de cambiar esta constitución que engendra estos tipos de personajes. Todo es a examinar, desde el piso hasta el techo de este sistema. La política no es una profesión. Los aficionados serán, en todo estado de causa, menos escorias que estos transgresores indignos, estos prevaricados insaciables que conviene meterlos finalmente en el basurero de la historia.

Ante estos canallas del Perú, solo hay una vía, la reconquista del poder y los recursos por parte de los peruanos para entregarse a los peruanos. Es inaceptable que Pedro Pablo Kuczynski este regalando lo que pertenece a todos los peruanos vía decretos a sus amigos extranjeros. Es condenable que el Aeropuerto de Chincheros sea financiado por el estado peruano en un 80,7% (es decir con el dinero de todos los peruanos) y dárselo en concesión a los chilenos por 40 años, es condenable que un presidente del Perú diga: “Habrá que sacrificar algunos intereses nacionales para buscar el interés de la región”. Es decir a este presidente no le interesa el Perú ni lo peruanos. Estos canallas siempre estarán dispuestos a todo por mantenerse en su estado de zánganos mantenidos por todo un pueblo desinformado que lucha día a día para sobrevivir. 

P.D. Esta publicación es una adaptación de una publicación en el portal Agora Vox

© Febrero, 2017

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